Agosto Va a llover... Lo ha dicho al césped el canto fresco del río; el viento lo ha dicho al bosque y el bosque al viento y al río. Va a llover... Crujen las ramas y huele a sombra en los pinos. Naufraga en verde el paisaje. Pasan pájaros perdidos. Va a llover... Ya el cielo empieza a madurar en el fondo de tus ojos pensativos. Ahora Ahora que las últimas cohortes incendiaron las últimas praderas, en esta soledad de mármol roto, de lámparas extintas y de palabras yertas; sobre un polvo que fue trubuna o plinto corona de palacio o tímpano de iglesia; mientras el odio se organiza para un asedio más, en la tormenta, contra el pavor de un reino devastado; pienso en los que vendrán ¿desde qué estepa? a poblar estas ruinas, a erigir su arrogancia en este polvo, a confiar otra vez en estas praderas... Y, humildemente, con la ciudad caída bajo una estela. Ahora que la tierra toda cruje como una semilla en la impaciencia del surco ansioso de agua redentora; de este lado del tiempo en que las ramas son nada más raíces en promesa; aquí, donde la selva presentida está desde hace siglos anhelando que nazca el río a cuyas ondas crezca su aérea profusión de hojas vivaces; en esta oscuridad de savia en germen y de patria en potencia, como un reto al desierto inexorable, con el árbol caído hago una hoguera. La hora se pregunta qué va a salir de su esperanza en vela. Todo parece muerto y vive. ¡La sombras está dispuesta a convertirse en luz para el que sabe cuán lenta es siempre el alba de una idea! Soy el único náufrago de una isla invisible, el postrer descendiente de una época, el último habitante de una tumba. Y sin embargo escucho el corazón de un pueblo que me llama, el grito de un hermano que me alienta. ¡Nadie muere sin fin! ¡Nadie está solo! Y silenciosamente, con la noche caída hago una estrella. Ambición Nada más, Poesía: la más alta clemencia está en la flor sombría que da toda su esencia. No busques otra cosa. ¡Corta, abrevia, resume; no quieras que la rosa dé más que su perfume! Civilización Un hombre muere en mí siempre que un hombre muere en cualquier lugar, asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres. Un hombre como yo; durante meses en las entrañas de una madre oculto; nacido, como yo, entre esperanzas y entre lágrimas, y -como yo- feliz de haber sufrido, triste de haber gozado, Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño. Un hombre que anheló ser más que un hombre y que, de pronto, un día comprendió el valor que tendría la existencia si todos cuantos viven fuesen, en realidad, hombres enhiestos, capaces de legar sin amargura lo que todos dejamos a los próximos hombres: El amor, las mujeres, los crepúsculos, la luna, el mar, el sol, las sementeras, frío de la piña rebanada sobre el plato de la ca de un otoño, el alba de unos ojos, el litoral de una sonrisa y, en todo lo que viene y lo que pasa, el ansia de encontrar la dimensión de una verdad completa. Un hombre muere en mí siempre que en Asia, o en la margen de un río de África o de América, o en el jardín de una ciudad de Europa, Una bala de hombre mata a un hombre. Y su muerte deshace todo lo que pensé haber levantado en mí sobre sillares permanentes: La confianza en mis héroes, mi afición a callar bajo los pinos, el orgullo que tuve de ser hombre al oír -en Platón- morir a Sócrates, y hasta el sabor del agua, y hasta el claro júbilo de saber que dos y dos son cuatro... Porque de nuevo todo es puesto en duda, todo se interroga de nuevo y deja mil preguntas sin respuesta en la hora en que el hombre penetra -a mano armada- en la vida indefensa de otros hombres. súbitamente arteras, las raíces del ser nos estrangulan. Y nada está seguro de sí mismo -ni en la semilla en germen, ni en la aurora la alondra, ni en la roca el diamante, ni en la compacta oscuridad la estrella, ¡cuando hay hombres que amasan el pan de su victoria con el polvo sangriento de otros hombres! Continuidad No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra -donde una parte de tu ser reposa- sepultaron los hombres, no te encierra; porque yo soy tu verdadera fosa. Dentro de esta inquietud del alma ansiosa que me diste al nacer, sigues en guerra contra la insaciedad que nos acosa y que, desde la cuna, nos destierra. Vives en lo que pienso, en lo que digo, y con vida tan honda que no hay centro, hora y lugar en que no estés conmigo; pues te clavó la muerte tan adentro del corazón filial con que te abrigo que, mientras más me busco, más te encuentro. El puente ¿Cómo se rompió, de pronto, el puente que nos unía al deseo por un lado y por el otro a la dicha? ¿Y cómo -en la mitad del puente que a pedazos se caía- tu alma rodó al torrente y al cielo subió la mía? |