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Poemas de Jaime Torres Bodet. Parte 1

Agosto

Va a llover... Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.

Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.

Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.

Ahora

Ahora que las últimas cohortes
incendiaron las últimas praderas,
en esta soledad de mármol roto,
de lámparas extintas y de palabras yertas;
sobre un polvo que fue trubuna o plinto
corona de palacio o tímpano de iglesia;
mientras el odio se organiza
para un asedio más, en la tormenta,
contra el pavor de un reino devastado;
pienso en los que vendrán ¿desde qué estepa?
a poblar estas ruinas,
a erigir su arrogancia en este polvo,
a confiar otra vez en estas praderas...
Y, humildemente,
con la ciudad caída bajo una estela.

Ahora que la tierra toda cruje
como una semilla en la impaciencia
del surco ansioso de agua redentora;
de este lado del tiempo en que las ramas
son nada más raíces en promesa;
aquí, donde la selva presentida
está desde hace siglos anhelando
que nazca el río a cuyas ondas crezca
su aérea profusión de hojas vivaces;
en esta oscuridad de savia en germen
y de patria en potencia,
como un reto al desierto inexorable,
con el árbol caído hago una hoguera.

La hora se pregunta
qué va a salir de su esperanza en vela.
Todo parece muerto y vive.
¡La sombras está dispuesta
a convertirse en luz para el que sabe
cuán lenta es siempre el alba de una idea!
Soy el único náufrago de una isla invisible,
el postrer descendiente de una época,
el último habitante de una tumba.
Y sin embargo escucho
el corazón de un pueblo que me llama,
el grito de un hermano que me alienta.
¡Nadie muere sin fin! ¡Nadie está solo!

Y silenciosamente,
con la noche caída hago una estrella.

Ambición

Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.

No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!

Civilización

Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y -como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
frío de la piña rebanada
sobre el plato de la ca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.

Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír -en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...

Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo
se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.

Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!

Continuidad

No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
-donde una parte de tu ser reposa-
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.

Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.

Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;

pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.

El puente

¿Cómo se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?

¿Y cómo -en la mitad del puente
que a pedazos se caía-
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?

Biografía de Jaime Torres Bodet | Poemas de Jaime Torres Bodet. Parte 2

Jaime Torres Bodet
Los grandes mensajeros del amor


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